La Conquista de Valencia por el rey Jaume I a diferencia de la de Mallorca fue hecha con un importante contingente de aragoneses. De hecho, en 1231 Jaume I se reunió con el noble Blasco de Alagón y el maestre de la Orden Militar del Hospital en Alcañiz para fijar un plan de conquista de las tierras valencianas.

Aunque Blasco de Alagón recomendó asediar las poblaciones en terreno llano y evitar las fortifi cadas, aprovechando la debilidad de su gobierno musulmán, la primera conquista fue la del enclave montañoso de Morella en 1232; y posteriormente Ares, lugar cercano a Morella tomado por Jaume I para obligar a Blasco de Alagón a la entrega de Morella.

La conquista del reino de Valencia tuvo lugar en tres fases. Se inició en 1232, tras acuerdo adoptado por las Cortes de Monzón de ese año. Dos años después de que unas nuevas Cortes, también reunidas en Monzón, decidieran un renovado avance, la ciudad de Valencia se rindió en 1238. Jaume I obtuvo un gran triunfo sobre la nobleza aragonesa al convertir las tierras conquistadas, respetando sus usos y costumbres y estableciendo los fueros els Furs en Valencia, constituyendo así un reino diferenciado unido a la Corona de Aragón (1239), ya que esta consideraba dichos territorios como una prolongación de sus señoríos. En la repoblación de la huerta valenciana participaron tanto catalanes como aragoneses. La conquista del sur del reino, es decir, la tercera etapa, concluyó con la toma de Biar en 1245. Aunque los nobles que acompañaron al monarca en la conquista pretendieron que Valencia se integrara sin más en Aragón.

Jaume I dotó al nuevo reino de sus propias leyes e instituciones. El Pendón de la Conquista (Penó de la Conquesta en valenciano) es el que se atribuye como la señal que los andalusíes de Balansiya izaron el 28 de septiembre de 1238 para indicar su rendición a las tropas feudales del rey Jaume I, sobre la torre de Al?-Buf?t, después llamada del Temple, junto a la puerta de B?b Ibn Sajar, en la muralla de Valencia.

Tanto en Mallorca como en Valencia, Jaume I decidió crear reinos autónomos, pero integrados en la Corona de Aragón. Así ésta quedará convertida en una serie de piezas que, siguiendo una concepción patrimonial, Jaume I repartirá entre sus hijos en testamentos sucesivos.